domingo, 30 de octubre de 2011

Con prisa y sin pausa

El tiempo se ha convertido en un nuevo dios y las prisas en una nueva doctrina, nuestras vidas son guiadas por los segunderos que avanzan sin cesar segando las vírgenes praderas de nuestras mentes. Nuestra infancia nos es arrancada con los gritos de ¡no llores, ya eres mayor para eso! y para cuando te quieres dar cuenta no eres más que un cumulo de números en una base de datos de un cuerpo de seguridad nacional.
                                                                                                                                         
Y es que parece que en esta sociedad no tendrán cabida los que no acaten las normas físicas  que rigen las leyes del tiempo, pero eso no importa, porque el tiempo es tan relativo como la inmensidad del espacio, ya que las estrellas que veo no son, si no fueron y las palabras que  pienso para posteriormente emitirlas no son, sino serán. El universo es el infinito condenado a deshacer lo que el vacio creó, y nosotros, en nuestra insignificancia, vagamos en la inmensidad del espacio sideral agarrados al planeta tierra como un naufrago se agarra a una tabla de madera en el mar.

El ser humano se creó por unas fuerzas naturales y un sinfín de casualidades. Desde que tenemos uso de la “razón” hemos intentado saber cuál es nuestra función en la tierra y para que vivimos. Para ello hemos inventado un montón de leyes e invenciones como el del tiempo. Creo que es importante descubrir lo desconocido pero en vez de centrarnos solo en el que somos, de dónde venimos, a dónde vamos y para que estamos, deberíamos también tratar de amarnos, querernos y disfrutar hasta el último aliento de lo que algunos llaman vibraciones de átomo de cesio.



…tic-tac, tic-tac…

Distopía

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